viernes, 23 de julio de 2010

MUTUALIDAD: una experiencia de amor práctico (1)

1Co 13:13 Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

Introducción
El presente estudio tiene por objeto un análisis sobre mutualidad en la Biblia. Dada la extrema importancia del tema y el lugar de preeminencia que ocupa en la Biblia, este trabajo no tiene la pretensión de agotar su tratamiento, sino que solamente intentará exponer algunos de sus aspectos fundamentales en un intento de presentar a creyentes y no creyentes un esbozo de lo que, sin dudas, es un aspecto medular del cristianismo.
La mutualidad cristiana se expresa en la recíproca relación de “los unos con los otros”, relación esta que no se limita al simple trato entre hermanos, sino que está perfectamente definida e indicada en numerosos pasajes bíblicos. Sin embargo, para lograr un enfoque profundo sobre este tema tan amplio como decisivo, es necesario que previamente abordemos el concepto fundante que da origen a lo que se entiende por Deberes Cristianos, tal como se cita en:


Rom 12:10 Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.

Hablamos de amor y sobre él y sus características comenzaremos nuestro estudio, que culminará con algunos versículos referidos al mutualismo para su análisis.
Como veremos más adelante, ser cristianos no es simplemente definirnos como tales, sino comprometernos en Cristo como Él hizo con nosotros. Está claro que este compromiso parte de una premisa básica que implica un acto de fe y reconocimiento de nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador, quien vino al mundo como Hijo de Dios y murió por nosotros para hacernos salvos.
Hablamos de “acto de fe” porque no bastaría con enunciarla solamente. La fe de un verdadero cristiano es un hecho concreto, sin medias tintas, que marca un antes y un después en su vida y que supone una experiencia vívida:
Heb. 11:1. Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción
de lo que no se ve.

Certeza y convicción -la firmeza de la fe-, son aspectos claves en la vida del creyente en su relación con Dios. A partir de allí, si aceptamos al Señor y la gracia por la cual somos salvos, nuestra vida, gradualmente, habrá de transformarse plenamente: el viejo hombre dará lugar al hombre nuevo. ¡Alabado sea el Señor que obra estas transformaciones en nosotros, seres imperfectos, que al recibir al Espíritu Santo por la gracia de Dios, experimentamos un progresivo crecimiento y perfeccionamiento en nuestras vidas:

Proverbios 4:18 Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto.

Cristo es El Camino hacia la Gloria de Nuestro Padre. Y ese, estrecho pero pleno en Gracia y recompensas para quienes permanezcan firmes en la fe, está hecho, palmo a palmo, de enseñanzas que nos ha dejado Nuestro Salvador. Todas y cada una de ellas son invalorables en sí mismas. Todas, sin excepción, han sido inspiradas por el Espíritu Santo como Palabra de Dios en la Biblia. No son abstracciones, ni teorías, ni siquiera opiniones… Las enseñanzas son La Palabra de Dios para su puesta en acto.
Es por eso que la vida del creyente no puede ni debe limitarse a la lectura de los textos bíblicos o a la prédica sistematizada, sino que debe crecer en acción tal y como El Señor Jesucristo hizo. Su sacrificio es la prueba más contundente: como predicó, vivió y murió. Y venciendo a la muerte, como había anunciado, resucitó para confirmar Su Palabra y darnos esperanza: Jesús dijo, “yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11.25). Su prédica y su vida eran una sola cosa. Así debemos hacer nosotros: creer, sí, pero obrando en consecuencia. En este sentido, bien nos ilustra Santiago:

Santiago 2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

El Señor ha dejado su vida por nosotros y un semillero de enseñanzas como uno de sus tantos legados. Corresponde a nosotros, creyentes, cultivar Su Palabra y ser, de hecho, esa tierra fértil en la que florezcan y prosperen sus obras para edificación de Su Iglesia.

EL AMOR, MOTOR DEL PLAN DIVINO
Quizás pensamos que al leer la Biblia y orar todos los días cumplimos con El Señor. Lo hacemos, sí, pero solo en parte. Dios, por su parte, no cabe duda que siempre cumple sus promesas, se agrada con nuestras alabanzas, nuestra adoración, nuestro reconocimiento hacia Él y también escucha nuestros ruegos. Para poder cumplir con Dios, sería bueno que practiquemos un autoexamen y nos preguntemos si realmente hacemos todo lo que Dios espera y pide de nosotros como cristianos.
Muchos pensarán que basta con llevar una buena conducta; otros dirán que son fervientes creyentes. Habrá quienes consideren, incluso, que no hacen mal a nadie o que no todos están llamados a las grandes obras. Ninguna de estas explicaciones es suficiente. Hemos sido adoptados por Dios como sus hijos y, en consecuencia, somos hermanos en la fe, integrando como miembros un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo.

Col 1:18 y Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia; el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia,
Col 1:19 por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud,
Col 1:20 y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo; así las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.

Y si nosotros aceptamos a Cristo, estamos integrando ese cuerpo que es la iglesia. Por consiguiente, somos partícipes en Cristo del Amor con que Dios ama a Su hijo y que como miembros de Su cuerpo, indefectiblemente, nos brinda.

1Co 12:27 Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros en particular.

Es este amor un vínculo indestructible, una fuerza integradora, cuya máxima expresión es Cristo. Tan grande amor no puede tener como fin último nuestra persona. Al contrario, recibir el amor de Dios y Su Palabra es poner en marcha nuestra obra como creyentes:

Rom 2:13 Porque no son los oidores de la ley los justos para con Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.

Se hace más que evidente que sería egoísta de nuestra parte aceptar el amor de Dios sin plantearnos los deberes que como cristianos nos esperan. Y nada concerniente a Dios y a Su Hijo admite mezquindades.

Al contrario, Dios nos hace depositarios de Su amor y espera y manda que nosotros seamos el vehículo, el medio por el cual Ese amor se derrame en todos los hombres, para que llenos del amor de Dios, vuelvan su amor al prójimo y a Dios mismo. ¡Es maravilloso y conmovedor asomarse a contemplar, aunque sea mínimamente, la grandiosidad del Plan Divino que a todos nos incluye!

Efe 4:6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todo, y por todo, y en todos vosotros.

Veamos qué sencillo y conmovedor resulta este concepto: si Dios, amando infinitamente a Su Hijo Jesús, lo envió para entregar Su vida en sacrificio para nuestra salvación, este hecho, sin lugar a dudas, demuestra el amor infinito de Dios Padre hacia nosotros. Porque solo con un amor de esta magnitud -que escapa por completo a nuestro raciocinio- es posible concebir la infinita generosidad del Padre hacia nosotros, Sus hijos.
Tanto amor, tanta generosidad harán que muchos se pregunten… ¿Es que acaso Dios ha visto en nosotros algún mérito para darnos a Su Hijo en sacrificio para nuestra salvación? ¡Absolutamente no! No hay mérito capaz de hacernos merecedores del amor de Dios ni de la gracia de la salvación.
¿Cuál es, entonces, el motivo por el cual Dios nos ama? Queridos hermanos, Dios nos ama porque la esencia misma de Dios es amor. Tan simple, grandioso y misterioso como esto. Por eso, ¡nunca será suficiente nuestro agradecimiento para con el Padre!
Pero aquí conviene poner las cosas en su lugar. No es que amamos a Dios y por eso Él nos ama. ¡No! Esta podría ser una idea errónea e irreverente en algunos creyentes que han confundido los términos.
Con toda humildad, intentaremos aclarar este asunto que es de vital importancia.
1. Es Dios quién nos ha amado primero…
2. y por amor es que envió a Su hijo a morir en la cruz para nuestra salvación.
3. El Cristo encarnado es la expresión por excelencia del amor de Dios Padre para con nosotros.

Rom 5:5 y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Como se ve, el orden de los términos es fundamental y decisivo. Primero Dios nos ha amado y, siendo creyentes en Cristo, participamos de Su amor. Recién entonces, podemos decir que nosotros amamos a Dios. Una vez más repetimos que no amamos a Dios para que nos ame, sino que Dios nos ha amado primero simplemente porque Su esencia es amor.
Es por esto que resulta vital para los cristianos el ejercicio del amor, porque amando cumplimos su mandamiento y es solo por medio del amor que somos capaces de conocer al Padre:

1Jn 4:8 El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

Es interesante que reparemos en este magnífico versículo de Juan. El apóstol utiliza dos verbos que echan luz sobre el tema. Juan usa el verbo conocer. Según el diccionario de la Real Academia Española en su 23° edición, entre las múltiples acepciones que se presentan, encontramos que algunos de los significados posibles de este verbo son: Entender, advertir, saber, tener trato y comunicación con alguien. De modo que podríamos decir, en primer lugar, que conocer a Dios es advertir Su naturaleza divina y entrar en comunicación con Él. ¡Nada más ni nada menos!
En segundo lugar, es importante advertir que Juan no dice que Dios tiene amor… sino que Dios ES amor. Pensémoslo así: cuando alguien tiene algo, esto que tiene es exterior a su persona o bien es una cualidad.
Pero en el caso de Dios Padre, Juan no deja lugar a dudas: Dios ES amor. El verbo “ser” está diciéndonos, indudablemente, que Su esencia increada es el amor mismo por siempre y desde siempre, eternamente.


En conclusión, una interpretación posible de este versículo de Juan sería que quien no sea capaz de experimentar el amor no llegará a agradar a Dios, ni a estar en comunicación (comunión) con Él, porque la esencia divina de Dios es el amor y es el amor el que nos capacita para llegar a su conocimiento.
¡Gracias a Dios! que en nuestro camino como creyentes, el Espíritu Santo será nuestra guía y Su poder nos asistirá para que abandonemos lo que en nosotros hay de carnales, perfeccionándonos y creciendo en una vida espiritual plena. Estos son los frutos del Espíritu, los que abundarán en nosotros siempre que dócil y humildemente, reconozcamos nuestra imperfección humana y aceptemos las correcciones que Dios señala por medio de Su Palabra para vivir en armonía con Ella.

Jua 14:26 Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Salvos por gracia, amados por el Hijo, adoptados en amor por el Padre, nuestra vida cristiana rebosa de amor. Pero este es un amor distinto al que como hombres y mujeres conocemos, tanto en su naturaleza como en su finalidad. Es este un amor de dos vías, dos direcciones que convergen en el Centro Divino, en el misterio de la fe, en el llamado a la vida del hombre nuevo. ¡Un círculo perfecto e inclusivo, que se realimenta incesantemente y cuyo combustible y motor es el amor!

Puede compartir este mensaje con un amigo haciendo click sobre el botón que está aquí abajo.

MUTUALIDAD: una experiencia de amor práctico (1)SocialTwist Tell-a-Friend

0 Comments:

Señales de los últimos tiempos

Requisito para pertenecer a la iglesia de Jesucristo

“La iglesia es la única comunión fraternal en el mundo cuyo único requisito para integrarla es la falta de mérito del candidato.”

Robert Munger